Guillermo
y Matilde eran felices viviendo en su casa azul en Coyoacán, una ciudad de
México, viendo cómo Frida y sus demás hijas crecían sanas y fuertes.
-
¿Papá me dejas hacer una fotografía? - le pedían constantemente a su padre,
fotógrafo de profesión.
Un
día, cuando estaba a punto de cumplir seis años Frida empezó a encontrarse muy
enferma.
-
¿Qué le pasa a Frida? - preguntaron sus hermanas.
-
Frida tiene poliomielitis. Es una enfermedad que afecta a la médula espinal -
les explicó su madre muy preocupada.
Desde
ese día a la pequeña le cambió la vida. Todos los días se veía sometida a
largas sesiones de rehabilitación, consultas médicas y, para colmo, la pierna
afectada quedó mucho más delgada que la otra y no tenía tiempo para estar con
sus amigos.
Un
día mirando por la ventana vio cómo unos niños jugaban al fútbol.
- ¿Frida,
quieres jugar al fútbol? - le animó su padre siempre pendiente de ella.
Aunque
no era corriente que las niñas hicieran deporte y jugaran al fútbol, Frida lo
hacía todos los días con mucho tesón, para que sus piernas recobraran fuerza y
movilidad.
Un día
dijo a sus padres decidida:
-
¡Quiero ser médico!
Aunque
tampoco era normal en esa época que las chicas estudiaran medicina, sus padres
apoyaron a Frida, como siempre hacían, y la animaron a ello.
Una mañana, con diecinueve años, yendo a sus clases tuvo un horrible accidente: un tranvía arrolló el autobús en el que viajaba.
De
nuevo la vida de Frida cambió de manera drástica.
Obligada
a estar mucho tiempo en la cama, las noches con dolor parecían interminables;
no encontraba consuelo a su nueva situación. Tuvieron que operarla en treinta y
dos ocasiones.
Una
tarde que estaba un poco más animada se acordó de las pinturas que su padre
tenía en el estudio.
-
¿Me puedes traer la caja de pinturas? - le pidió a su padre.
Al
otro día, buscando entretenerse, Frida empezó a pintar y resultó que, en los
pinceles, además del entretenimiento, halló una manera de expresar todo el
dolor que estaba sintiendo.
Aunque
su estado físico estaba muy deteriorado, con el tiempo y los cuidados de sus
padres se fue recuperando.
Continuó
dando rienda suelta a su creatividad; sobre todo pintando autorretratos,
rostros de mirada profunda y dolorosa, y escenas en las que se representaba en
importantes etapas de su vida intentando escapar de su dura realidad.
Poco
a poco fue reconocida en el mundo de la pintura. Conoció a Diego Rivera,
artista muy famoso por sus murales, se casó con él, y se fue a vivir a Estados
Unidos donde alcanzó tanta popularidad como su marido; fue un matrimonio
infeliz.
Al
final de su vida tuvieron que amputarle una pierna y falleció en su casa color
azul, hoy en día museo que lleva su nombre.
Pero
Frida también encontró en la escritura otra manera de expresar sus
sentimientos. Demostró al mundo entero que, a pesar de la adversidad y su
desgraciada vida, fue una mujer fuerte, valiente y digna de admiración.